viernes, 27 de marzo de 2015

El chiquipueblo

Os he contado el momento vital en el que me encuentro: entre otras cosas, estamos en pleno proceso de mudarnos desde el chiquipueblo a la gran ciudad. En el chiquipueblo llevamos viviendo más de tres años, y al principio la cosa parecía que iba bien. No sé en qué momento se empezó a torcer todo, el resultado es el que es: seremos los primeros aventureros por parte de las dos familias en asentarnos en la gran ciudad. Esto es así.

Después de tres años, no se me ofenda nadie, aún le estoy buscando el punto al maldito chiquipueblo. El desencanto ha sido paulatino. En los inicios, con el lío de amueblar y adecentar la casa, nos pasábamos los fines de semana discutiendo y reconciliándonos en Ikea. 





Después llegó el verano, las barbacoas en la terraza, las vacaciones fuera y luego el remáster del universo. En realidad, en los primeros dos años, no tuvimos ocasión de hacer mucha vida en el chiquipueblo (¡menos mal, por otro lado!), por eso de que entre semana trabajamos como borricos para ganar algo más que un mierdasueldo y los fines de semana, entre estudios y obligaciones varias, los pasamos en casa mocho en mano y, a lo sumo, organizando alguna cena tranquila con amigos, antes de que casi todos nuestros amigos se reunieran en aquelarre y decidieran en masa lanzarse a las fauces de la paternidad, que desde ese momento, ni cenas ni ostias, claro.

Total, que se acabó el remáster del universo, recuperé los fines de semana y di con un chiquipueblo que ni en la peor de mis pesadillas me habría yo imaginado. Quise apuntarme a algo artístico y me fui a la Casa de la Cultura, de la Juventud, de exposiciones y de todo junto, que aquí solo hay un lugar de reunión cultureta, a por un papelín para ver qué se ofertaba. Meeeeeec, ¡error!. Tras descartar encaje de bolillos y macramé, la única actividad interesante por las tardes era teatro y era los lunes, alucina, a las seis. 

Vamos a ver, que en este país alguna gente hasta trabaja, y lo de estar a las seis de la tarde en el chiquipueblo es poco más que un chiste malo. Señores, que los únicos que trabajan en el chiquipueblo son los cuatro funcionarios enchufados en el ayuntamiento y los dueños del escaso comercio que hay por la zona, como la mujer de la tienda de fotos que aún vende cámaras analógicas (no, no vintage). El resto, tenemos que desplazarnos al curro y tragarnos los atascos, con lo que aunque tuviéramos un horario de putísima madre, a las seis en casa como que no. 

Deserté de las artes y me dije: "al deporte, nena, que lo tuyo es cultivar el cuerpo serrano". Fui al polideportivo y las actividades eran para rellenar las horas muertas de escolares y adolescentes. Volví a la Casa de la Cultura (una, que no escarmienta) a ver el programa de adultos y, joder, vaya que si era de adultos: gimnasia de mantenimiento y yoga lunes y miércoles a las once de la mañana. Con un par, todo muy apto para marujas y jubiletas (con mucho respeto a las marujas y jubiletas, ¿eh?, no me malinterpreten). 

Estaba decepcionadísima. Flipando, "no puede ser, no puede ser", me repetía. No me habría pillado tan de sorpresa si hubiera prestado atención a la revista de información que tiene a bien enviarnos el ayuntamiento bimensualmente, pero la verdad es que hasta entonces, la hacía un burruño nada más sacarla del buzón y la tiraba a la basura de reciclar papel, por supuesto, como ecohipster de boquilla que soy. 

Nada, en el chiquipueblo no hay forma de culturizarse más allá del cine de verano. Comprendido. Al menos me queda Amazon (¿librerías en el chiquipueblo, eso qué es?), genial, voy a hincharme a comprar libros para retener lo aprendido en el remáster. Lo que no había calculado es que tendría que pasarme los sábados por la mañana haciendo cola en la oficina de Correos, que al chiquipueblo llegan los envíos de Amazon (¡milagro!), pero Correos abre entre semana en el maravilloso y conveniente horario de 8:30 a 14:30. WTF? Lo dicho, marujas y jubiletas. 

Hombre, tan mal no estará el chiquipueblo, si esta zona tiene tanta fama de tener buena calidad de vida. Así, llegó el buen tiempo, y nos lanzamos incautos a probar la ¿hostelería? local. Acojonante, creí que lo había visto todo hasta el día que el parejo me mandó una foto por Whatsapp del vermú que le acababan de poner ¡¡en vaso de tubo!! Me estaba recuperando del susto el día que fuimos a la plaza a tomar un gintonic y nos la encontramos empapelada con pantallas gigantes de televisión dando fútbol y unos altavoces del mismo tamaño acribillándonos con Máxima FM a la vez. El gintonic, cómo no, nos lo sirvieron en vaso de tubo (alguien del futuro debería pasarse por aquí y explicarles que el vaso de tubo ha pasado a mejor vida) con un rodajón de pomelo que daba miedo verlo de lo tocho que era.

En fin, abandonamos también nuestras pretensiones gastronómicas, no ya de probar comida exótica, sino de tomarnos una copichuela decente con cierto glamour. Esto, en el chiquipueblo, mejor se hace en casa, señores.

En este momento, el parejo y yo ya nos empezábamos a mosquear, y nos pusimos a buscar pisito de alquiler en la gran ciudad, sin mucho éxito. 

El colmo fue el otoño de 2014. ¿Dónde coño se mete la poca gente del chiquipueblo cuando viene el mal tiempo y los días de hacen más cortos? Que cuando vuelvo a casa parece que ha habido un holocausto zombie, aunque sean solo las siete. Descubrí el misterio un día que tuve que reponer de forma urgente las existencias de papel higiénico de mi casa: ¡señores, no se lo van a creer, la peña del chiquipueblo echa la tarde en el Mercadona! Guau, diversión a raudales.



No aguantamos aquí ni un minuto más, qué suplicio, esto de ser moderna de pueblo le habrá dado muchos réditos a su autora, pero en la vida real os aseguro que no mola ni un pescao. 

Que le vayan dando al chiquipueblo, con sus chaletes acosados, sus piscinas y sus garajes y trasteros. Yo en la vida necesito un poquito más de acción.


jueves, 26 de marzo de 2015

Carta abierta a Almudena Grandes

Querida Almudena Grandes:

Mira, no sabía si escribirte o no, el caso es que al final me he decidido. 

Me ha costado reconciliarme con la literatura. Con tanta carrera y tanto máster, ya sabes, vicisitudes de esta generación hiperformada, los únicos libros que han entrado en mi hogar en los últimos años no pueden considerarse precisamente ficción. Ay, yo, que era una devoradora empedernida de novelas en mis años mozos, condenada a los manuales financieros. Qué sufrimiento. El tema es que en 2014 tuve vacaciones de verdad por primera vez en la tira de tiempo, y me descargué ilegalmente tu libro de "El corazón helado", que me ventilé en una semanita, quitándome horas de sueño. (No te enfades por lo de la descarga ilegal, porfi).

Ya conocía tu obra más o menos, el primero que me leí fueron "Las edades de Lulú", a escondidas, que no podía comentar la obra más que con el parejo y algunos colegas de mente abierta. Luego, un verano, pillé por banda "Castillos de Cartón", que me gustó muchísimo, tan sensual, tan tierno y amargo a la vez... Te prometo que el primero lo compré y el segundo lo cogí prestado de la biblio pública, para que veas que mi historial delictivo con las descargas es bastante reciente. 

Bueno, pues qué te voy a decir, "El corazón helado" me flipó. Se lo voy recomendando a todo el mundo con ánimo de un novelón larguito (no te preocupes que mis amigos son mucho de biblio pública). Fíjate, tanto me has enganchado, que después me he leído "Los aires difíciles", luego "Inés y la alegría" y la semana pasada me terminé "El lector de Julio Verne". Todos, descargados ilegalmente, a quién voy a engañar. 

El que más me ha molado con diferencia de los tres es "El lector de Julio Verne". 




Has conseguido transportarme a otro paisaje, otra época, y he visto el mundo con los ojos de un niño que no es tan inocente, como la mayoría de los niños (parece mentira que todos nosotros hemos sido niños, y desde luego yo, no sé los demás, he sido inocente pero también muy lista y me daba cuenta de muchas cosas). Me he emocionado en muchos pasajes, me he identificado con los personajes, podía oler la aceituna prensada en las almazaras... Que me ha encantado, vaya. 

Eso sí, Almu, una cosa te voy a decir, que si no reviento: esto de que la Filo se quede preñada a la primera de cambio de un guerrillero que baja una vez al pueblo desde el monte, me ha rechinado un poquitín, ¿eh? ¡Vaya alarde de fertilidad, no me jodas! 

No te lo tomes a la tremenda, que yo ando un tanto enajenada con el asunto este, y vale que la Filo es una jovenzuela, eran otros tiempos y no se esperaba a la treintena para la reproducción, y que la obra es ficción y todo lo que tú quieras, pero no te pases, Almu, que si quieres darle un toque realista al relato, por cuestión de probabilidades, habría sido más factible que la Filo le hubiera dado al mambo hasta la extenuación con el guerrillero y aquí paz y después gloria, ni preñamiento ni pamplinas. Cada uno a su casa y tan contentos.

Por lo demás, gracias por todo. Ya te cuento cuando termine "Las tres bodas de Manolita", que por el momento va bien.

Un cordial saludo.

lunes, 23 de marzo de 2015

Mi vida en las afueras

Me mudé al chiquipueblo hace algo más de tres años, muy ilusionada por la casa grande que podíamos alquilar, con dos terrazas enormes. Me visualizaba en un entorno bucólico, rodeada de churumbeles rubios de pelos largos y rizados criándose a lo salvaje, con mi huerto ecológico y mi vida alternativa neorural. ¡Qué guay todo!


Me equivoqué radicalmente. Cosas de la vida, que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque puede hacerse realidad o no, y a saber qué es peor.

Mira que yo siempre he sido de las afueras, y de las afueras de las afueras, vamos, que he crecido en un entorno en el que había un autobús por la mañana y otro por la tarde a la gran ciudad (literal). Sí, es cierto, nací en la gran ciudad (¡oh, sacrilegio!) medio por accidente, en un hospital de esos mastodónticos en un barrio obrero superpoblado y viví hasta los tres años en una de las llamadas ciudades dormitorio con trenes y todo cuando el Metrosur ni existía ni se le esperaba, pero la verdad es que de aquella época el único recuerdo que guardo es el de la noche que dormí en el sofá de la vecina del piso de arriba arropada por cientos de peluches la noche en que nació mi hermano, él ya sí en las afueras, como era de suponer en mi familia. 

En seguida nos mudamos los cuatro, mis padres, mi recién estrenado hermano y yo, al primer chiquipueblo de mi historia, ese de un autobús por la mañana y otro por la tarde (literal). Chalet adosado, piscina comunitaria, parque al lado de casa y garaje y trastero, el pack completo. La gran ciudad, ni tocar: veranos en el pueblo tan a las afueras que es hasta otra Comunidad Autonóma y ni Cortilandia ni leches por Navidad, que está la gran ciudad a reventar, qué agobio de gente, por Dios, y como en las afueras en ningún sitio, oye. 

En la adolescencia tardía y primera adultez (es que yo era muy adulta con 18 años, no como los chavales de ahora, que se está echando a perder la juventud, gensanta), me fui del primer chiquipueblo a vivir a otra ciudad dormitorio, distinta de la mi infancia temprana, separada únicamente, ahora sí, por un par de paradas de Metrosur. Esa época fue la releche, en serio: ¡había gente por la calle y comercio y actividades para jóvenes y conciertos y ruido por las noches y nos intentaron robar el coche un par de veces y tal! ¡Alucinante!

Que digo yo, a ver, ¿por qué llaman a esas ciudades "ciudades dormitorio"? Que para ciudad dormitorio, el chiquipueblo ese primero, que o ibas al banco del parque a comerte unas pipas con los colegas, o te morías del aburrimiento tumbada en tu habitación escuchando los gritos de Kurt Cobain y pensando en tu miserias, no me jorobes, que en los chiquipueblos (a.k.a áreas residenciales) sí que sí la gente va básicamente a dormir, porque no se puede hacer otra cosa. Después de mucho pensar, llego a la conclusión de que la distinción de ciudades dormitorio se hace por la pasta de sus habitantes, no nos engañemos.

Bueno, a lo que iba: a mí habitar cerca del Metrosur me moló bastante. Por aquel entonces, mi vida era lo que viene siendo una puta mierda, pero no por el lugar, eso está claro. Una cosa que me hacía mucha gracia era cuando venían a vernos los colegas del chiquipueblo, que estaban como "asustaos" y nos pedían que les acompañáramos al coche si se marchaban tarde de nuestra casa. Con la perspectiva que me han dado los años, yo creo que era el tema de la falta de piscinas y el ver negros por la calle y eso.

Entonces pasó lo que tenía que pasar tarde o temprano: que la burbuja inmobiliaria nos tocó de lleno, y el parejo y yo empezábamos a tener ganas de intimidad y quisimos alquilar para nosotros dos solos (¡qué cosas tienen el amor!), y en la ciudad dormitorio de clase baja no había forma con nuestros mierdasueldos y decidimos movernos a las afueras de las afueras, a un pueblo sin Metrosur ni nada, pero donde por un módico precio alquilábamos un apartamento y nos comíamos atascos kilométricos para ir a la gran ciudad a estudiar y trabajar. Todo muy idílico. 

Este pueblo al que nos fuimos molaba también. He de reconocer que al final tanto comercio y tantas actividades de la ciudad dormitorio, pues cansaban, porque cuando no tienes ni un chavo te la pela bastante el comercio y las actividades. Total, que este era un pueblo de los de verdad, ni área residencial ni vainas, sino que albergaba la sede de los juzgados de la comarca, había bodegas y agricultores y las señoras se vestían de domingo. 

¿Por qué nos fuimos de allí pues? ¿Qué nos trajo al chiquipueblo actual, al chiquipueblo con mayúsculas, a este segundo chiquipueblo de mi vida? Resulta que por un lado yo me hice bastante ermitaña, hasta el pueblo se me hacía grande, soñaba con los cinco churumbeles que daría mi matrimonio y el huerto para plantar calabazas. Me apetecía vivir más aislada, centrada en mí misma con mi mismedad. Eso, en el plano trascendental. En el plano terrenal, pasó que explotó la burbuja inmobiliaria y los alquileres bajaron una barbaridad, que cambié de trabajo y empecé a ganar más euros, y comparamos los precios inmobiliarios de la zona y decidimos mudarnos otra vez, cambiar el pueblo por un chiquipueblo, un chiquipueblo con caché (a.k.a. área residencial, que es lo más de lo más, la aspiración de todo hijo de vecino), y volver a las piscinas y chalets adosados de nuestra infancia. 

Dicho y hecho, que para estas cosas el parejo y yo somos la ostia de rápidos. Casoplón al canto en el chiquipueblo, dos terrazas, macetohuerto, unas facturas de calefacción para cagarse pata abajo y muchas expectativas con nuestro nuevo proyecto en este el chiquipueblo definitivo. 

Ilusos.



sábado, 21 de marzo de 2015

Me presento

Señores, estoy enajenada. Panicando, que es un verbo que me gusta mucho. Así, rollo marujil con bata de guatiné y alpargatas, pero con la permanente recién hecha, arreglada pero informal.


Mi vida es un caos.

Que sí, que me lo he buscado yo solita, que quién me mandaría, que diría mi abuela, que parece que me va la marcha. Joder, un poquito de comprensión: que me voy a mudar del chiquipueblo al centro de la gran ciudad, obra de El Escorial mediante, tengo uno de esos curros en los que de vez en cuando parece que el planeta Tierra va a implosionar llevándose por delante toda la galaxia y el espacio sideral y tienes que correr como pollo sin cabeza para nada en realidad, porque nadie se libra de una implosión del planeta Tierra por mucho que corra, pero que te vean que corres mucho, mucho, vamos, que corres que te las pelas. 

Y para terminar de rematar el asunto, estoy (estamos) en la búsqueda de nuestro primer hijo desde hace ya unos cuantos meses. Bueno, meses según mi parejo, que yo digo que son años, porque de base soy una cagueta y llevo la tira de tiempo aguantándome las ganas de reproducirme. Claro, con esa premisa, cuando te pones al lío y das rienda suelta a tus deseos clonadores, pues las hormonas se apoderan de todo tu ser y te conviertes en una loca que no veas, que son años ahí reteniéndote.

Señores, no me culpen, que no hay nada que hacer a estas alturas: están ya la hipoteca de ese piso en la gran ciudad firmada con el banco a 30 años y la caja de condones caducándose en el cajón de la mesita de noche (y los test de embarazo que compré en marzo de 2014, también, que aquí caduca todo, no se crean). 

Ah, del curro, mejor ni hablamos, que esto es España en 2015 y no está el tema para pensar en jugar con el pan. 

Ele, arrancamos el blog.