jueves, 30 de abril de 2015

Una tarde en el matadero

Una tarde en el matadero era exactamente mi idea de la primera cita del parejo y yo en la consulta de infertilidad. Pero hoy no vengo a hablaros de este tema, sino de un plan genial para hacer un finde cualquiera de estos: visitar Matadero Madrid. 






Matadero Madrid mola un puñao, así os lo digo. Para mí, es un ejemplo de transformación de espacio obsoleto, una maravilla de aprovechamiento cultureta para el barrio en unos edificios  preciosos. No como la barbaridad que han hecho en la antigua Estación del Norte, ahora Príncipe Pío, donde plantaron un centro comercial horroroso y anodino, uno más de tantos, en un lugar donde casi cualquier otra iniciativa habría sido más que bienvenida. Cosas de la sociedad de consumo. 

¿Qué puedes esperar en tu visita a Matadero Madrid? En primer lugar, estás al ladito de Madrid Río, ese parque lineal estupendo a orillas del Manzanares, cuyas obras sufrieron los habitantes de la gran ciudad con un estoicismo increíble, y que hoy es un sitio guay para ir en familia o con amigos, o como más te dé la gana. Así pues, Matadero Madrid puede convertirse en una parada en tu paseo, andando o en bici (más que nada porque dudo que te dejen pasar dentro de los edificios en patines).

Una vez en el recinto, tienes exposiciones (cuando yo fui estaban las Guerrilla Girls, que como su nombre indica son unas chicas guerreras que reivindican la presencia de las mujeres y las minorías en el mundo del arte, y había otra con un ladrillo de la cárcel de Carabanchel y otra más con imágenes y sonidos del planeta Tierra; ya os avisé que Matadero era muy cultureta), sala de teatro y de cine, un par de bares (uno de ellos con terraza), unas salas creativo-colaborativas para que los emprendedores y diseñadores se reúnan a contarse sus cosas rollo San Francisco style, y una explanada exterior enorme con chavalería haciendo el cabra. 

Además de eso, está la Casa del Lector, que el día que yo fui estaba cerrada, pero en la que organizan eventos y talleres relacionados con la lectura. También en la entrada, vi unos carteles en los que se anunciaban las actividades programadas, y había muchas para hacer con niños.

Vamos, que es completito que no veas y la diversión está asegurada para todos. Ojalá aquí en el chiquipueblo tuviéramos algo parecido, pero qué va, aquí con programar clases de macramé a las 11h de la mañana se quedan tan panchos.




martes, 28 de abril de 2015

Lo que puedes esperar cuando empiezas a buscar piso en la gran ciudad

La primera conversación que tuvimos el parejo y yo sobre abandonar el chiquipueblo y mudarnos a la gran ciudad fue en los comienzos del año 2014. Empezábamos a estar un poco cansados del afilador y el chatarrero jodiéndonos a grito pelao las mañanas de los sábados.

Para la toma de decisiones, la dinámica entre nosotros suele ser siempre la misma: el parejo propone, yo me enroco en el no y me cabreo por sus ideas peregrinas (rollo: "pero, vamos a ver si pensamos un poquito, alma de cántaro, ¿cómo coño vamos a irnos nosotros a la gran ciudad, con lo tranquilos que estamos aquí (y tanto, como que no hay nada que hacer)?"), y termino consultándolo con la almohada, pensándomelo mejor y, a veces y todo, consigo tímidamente empezar a vencer mi miedo al cambio (por si no os habíais pispado, la anterior respuesta es claramente un arma de defensa porque se amenaza mi estabilidad vital) y ya retomo la conversación, justo cuando el parejo empezaba a estar un poco hasta los cojones (rollo: "oye, guapetón, ¿te acuerdas de eso que me comentaste el otro día de pirarnos a la gran ciudad? Pues yo creo que igual no es tan mala idea, ¿por cuánto exactamente dices que podría salir un alquiler decentillo?").




Gensanta, escribo esto y me doy cuenta de la paciencia infinita del parejo. Gracias, chato, eres un sol.

Una vez superada esta primera fase infernal en la que mi naturaleza cagueta me hace oponerme a cualquier iniciativa, me lanzo a la acción. Soy así, de extremos, me mola más. Así que, ¡hala, al lío!, nos estudiamos los portales inmobiliarios y nos agenciamos visitas todas las tardes para ver pisitos de alquiler en la gran ciudad, esperando encontrar nuestro próximo nidito de amor pronto y mudarnos asap.

¡Ay, insensatos de extrarradio! Meeeeeeeec, primer error: señores, no darán crédito, pero sí, en el centro de la gran ciudad las terrazas son caras. Carísimas. Carísimas de pelotas. Y ya empezamos con el "hay que joderse, a ver qué hacemos con el macetohuerto neorural, que no sé yo si estoy dispuesta a renunciar a los 2 tomates que recogemos en la temporada por mudarme a la gran ciudad". 

La segunda en la frente: señores, esto es inaudito, pero sí, los garajes en el centro de la gran ciudad son caros. Carísimos. Carísimos de pelotas. Se repite la historia: "pero qué me estás contando, ¿qué vamos a hacer con el tanque que tenemos por coche, dónde metemos semejante bicho en estas callejas?"

Y la tercera para rematar: señores, se lo prometo, los estándares de modernidad no son los mismos en el extrarradio que en el centro de la gran ciudad. El concepto de cocina moderna cambia, y el de habitación amplia también. Claro, el parejo y yo nos mirábamos anonadados y comentábamos las visitas a lo sobrado total: "¿has visto esa cocina de los 60? Uf, uf, yo no me meto ahí ni loca, de verdad, qué horterada, sin isla ni península ni nada, así no se puede vivir". Joder, como si nuestra cocina del chiquipueblo fuera la de la Preysler. 

Tócate el higo, si es que además de hipster, somos gilipollas integrales. 

Como era de esperar, nos desanimamos enseguida. Optamos por pasar el verano de 2014 en el chiquipueblo, con la esperanza de que el buen tiempo sacara a la peña del Mercadona y nosotros pudiéramos aprovechar la barbacoa de la terraza, y retomar la búsqueda de piso en la gran ciudad en otoño.

Así lo hicimos, y volvimos a escarbar a fondo en los portales inmobiliarios en septiembre, esta vez con la mente clara: hermosos, el cambio del chiquipueblo a la gran ciudad exige renuncias. O eres un hipster forrao, o en la gran ciudad tener un piso amplio, con dos terrazas, dos plazas de garaje y reformado decentemente, mejor lo dejas para la carta a los Reyes Magos. Que total, siempre te acaban trayendo calcetines, y como los conoces, no te llevas chasco ninguno.



jueves, 23 de abril de 2015

Un sábado en el mercado de Antón Martín

El sábado pasado tuve que pasarme por las obras de El Escorial de mi piso a supervisar la colocación de los azulejos. Señores, esto es así, cuando llega la hora de poner azulejos, los albañiles, que son seres de sabiduría ancestral, prefieren que la hipster de turno se pase a comprobar que las cosas se hacen a su gusto, que luego deshacer y volver a hacer sienta de culo. Las obras sacan todos los estereotipos de género.

Total, que después de comprobar que la alineación y el reparto de colores de los revestimientos estaban claros, había quedado con una amiga treintañera como yo para ir a desayunar a El Azul de Fúcar y dar un paseín por Lavapiés.

Yo tenía muchas ganas de conocer el mercado de Anton Martín, porque a mí los mercados de toda la vida me encantan, no hay nada como que te atienda el pollero: "¿qué te pongo, chata?" Mmm, cuánto lo he echado de menos en el chiquipueblo, que aquí lo más que hay es una pollería/carnicería/charcutería todo revuelto y unos precios que no me extraña que la gente huya a Mercadona.





¡No os hacéis una idea de la alegría que me llevé! El mercado de Antón Martín es un mercado chulísimo, con los puestos de toda la vida, el género expuesto y sin empaquetar, la gente, muy variada en pintas y generación, haciendo cola con los carritos de la compra... y muchos detalles molones: las floristerías de la primera planta (con su paniculata y runúnculos), el rincón de comida eco y herbolario, algunos puestos de arte y decoración, y los cafecillos y bares. Me llamó  la atención un japonés que tenía bastante afluencia. Y luego el espacio que tenían para que la peña pudiera conectarse a internet y trabajar un ratito en medio del bullicio y del jaleo. 

Alguien (poco informado, por lo que se ve) me había metido el miedo en el cuerpo y me había advertido de que era carísimo, que no era un sitio para hacer la compra de frescos semanal ni mucho menos. Hombre, no sé yo, nosotras dimos una vuelta bastante rápida y no tuve tiempo de detenerme con atención, y además aquí en el chiquipueblo los precios son de morirse del susto, pero me parecieron razonables. 

Vamos, que a mí el mercado de Antón Martín me parece un planazo para el viernes por la tarde o el sábado por la mañana: te coges el carrito de la compra, te plantas en Lavapiés que ya de por sí es un barrio que tiene un puntazo, inspeccionas los puestos con cariño, seleccionas los que te gustan, haces la compra semanal que es productivo y eso, y para terminar, te pegas un homenaje y te tomas una cañeja o el vermú allí mismo. 

Y vuelves a casa más feliz que un regaliz y dejas la nevera llena, que eso da un gustazo... Igualito que el Mercadona, oye.



lunes, 20 de abril de 2015

La estrategia del escapismo

El parejo y yo estamos casados, sin boda convencional de por medio, pero con un libro de familia que acredita nuestro estado civil. Una forma aséptica de formalizar nuestra más de una década de convivencia por el extrarradio de la gran ciudad. 

Ahora a mis 30, me arrepiento de no haberme vestido de blanco, con falda de tul, camisola de raso, botas Dr. Martens de color y labios y uñas rojo que te cojo, modelo "femme fatale". Me habría encantado montarme una boda hipster campestre, con música indie para el baile y sushi a medianoche. El terror de las tías abuelas, que no entenderían nada las pobres. Una pena que no se pueda volver atrás en el tiempo y no tenga un álbum de fotos del evento para martirizar a las visitas, no me extraña que se me apoltronen.



Yo no sé qué pasa en estos tiempos, que cuando una pareja se casa, ya da todo el mundo por hecho que se van a poner a buscar al churumbel nada más terminar de sorberle el jugo a los gambones del banquete. Imagino que es común, pero desde luego, que nosotros cuando nos casamos, no estábamos pensando en ponernos al tema niños. 

Como yo soy más bien tirando a arisca (o borde de cojones con según quién), y era más joven de lo que dictan los cánones actuales, la presión por el "¿y vosotros para cuándo?" se reducía a las cenas de Nochebuena en casa de la suegra. Momentos inigualables para comenzar a ensayar la estrategia del escapismo, que básicamente consiste en escaparte de contestar a preguntas indiscretas, y tiene múltiples vertientes, desde el típico cambio de tema inesperado ("bueno, cuando vosotros tengáis hijos pues entonces...blablablabla", repuesta: "¿y tú que piensas de la extinción inminente de las ostras canadienses? Es que el otro día vi un documental al respecto en la 2, y estoy tan concienciada con el problema que no pego ojo, oye") hasta la mítica y no menos efectiva "ante preguntas tocapelotas, respuestas sonrojantes" del tipo:

- ¿Que vuestros amigos Mengano y Zutana se casan el año que viene? Uis, claro, como llevan tanto tiempo juntos, querrán tener hijos pronto, jamía. Bueno, ¿y vosotros no os animáis?
- Es que estamos esperando a que mejore la crisis mundial, porque ahora mismo follamos como conejos y como dejemos los anticonceptivos, vamos a crear un cataclismo de superpoblación y no queremos cargar con esa responsabilidad a nuestras espaldas.

Fin de la conversación. De verdad, qué plasta puede ser la peña con la vida reproductora ajena. 

Menos mal que cuando empezamos a buscar, no se nos ocurrió proclamarlo y lo llevamos en estricto secreto, excepto por un par de amigas, una de ellas porque compartimos fatigas en el camino y otra porque me vine arriba en un momento en que me confesó sus planes de clonación. 

Ella espera a su peque para dentro de poco, yo aún estoy desesperando y puliendo la estrategia del escapismo.

jueves, 16 de abril de 2015

La obra de El Escorial

De momento vivo en el chiquipueblo porque todavía estamos adecentando el piso que nos hemos comprado hemos hipotecado por los próximos 30 años en la gran ciudad.

Habrá para quien adecentar sea dar una manita de pintura y acuchillar el parqué. Mi parejo y yo es que somos muy chulos y muy exagerados, y para nosotros adecentar significa tirar todo lo que no sea muro de carga abajo, cambiar la disposición de los cuartos húmedos, poner calefacción, fontanería, ventanas y electricidad nuevas, y restaurar algo de la carpintería de madera existente. 

En definitiva, que nos estamos marcando el obrón del siglo, el obrón de El Escorial parte II, que el que hizo la parte I era un cagueta de la vida a nuestro lado.


Menuda prueba de fuego, amigos. Aún me pregunto cómo cojones estoy sobreviviendo a esta etapa de mi vida. Debe ser que los 30 me han transformado, si no, no me lo explico. Yo, que soy una control freak y para colmo impaciente, tratando con aparejadores, albañiles y toda la fauna que se reúne en torno a un piso en el que no se puede casi ni entrar, aprendiendo sobre calidades de inodoros (todo tiene su ciencia, no os creáis) y aguantando las miradas por encima del hombro de los comerciales de tiendas de azulejos. El paraíso. 


Imagino que el resultado final valdrá la pena, mientras tanto, oscilo entre la desesperación absoluta por tener que seguir durmiendo a diario en este chiquipueblo que cada día detesto más, la resignación de ver que esto se retrasa  y que nos perderemos casi toda la primavera en la gran ciudad, y la ilusión de la vida que está por venir. 

Por favor, vida futura, ven pronto ya, que corremos el riesgo de que me den tres infartos consecutivos como sigamos por este camino y no podamos disfrutar de la gran ciudad juntas. 

Eso, y haz el favor ya que te pones de preñarme, que si pudiera al menos cerrar un frente, respiraría algo más tranquila.



martes, 14 de abril de 2015

10 cosas hipster que puedo seguir haciendo porque no me preño

Sigo siendo una hipster de extrarradio solitaria (bueno, con el parejo, no te me enfades si me lees), en lugar de tener un pack de familia hipster. No pasa nada, como no me preño, ni he parido, ni tengo churumbeles, cada mes me quedo con el sucedáneo (como los palitos de cangrejo) de vida que me toca, y me conformo con la cantidad de cosas hipster de verdad que puedo seguir haciendo gracias a nuestra falta de capacidad reproductora. 




A saber:

1. Tomarme mis gintonics del viernes por la noche sin remordimiento de conciencia. Fuera del chiquipueblo a ser posible, que los rodajones de pomelo con los que los acompañan me asustan un poquejo, oiga.

2. Levantarme a la hora que me sale de ahí mismo los domingos. Que para un puñetero día que tengo a la semana de no madrugar (siempre que no tenga un plan hipster que hacer también el domingo por la mañana, claro, que en los últimos tiempos estoy desbocada y hasta en domingo voy a la gran ciudad, ahí, de dominguera a la inversa), me gusta dedicarme a estar vuelta y vuelta en las sábanas.

3. Ir al teatro por la noche. ¡Toma planazo hipster donde los haya para emparejados sin hipstercitos! Cuanto más pequeña la sala y más modernita la obra, mejor.

4. Limpiarles el cajón de arena a las gatas (¡bieeeeen! Nótese la ironía). Señores, ¿acaso no sabían que tenemos dos gatunas rondando por el hogar del chiquipueblo? Las tendremos que trasladar a la gran ciudad también, por supuesto, no las vamos a dejar aquí muertas del asco a las pobres.

5. Seguir acudiendo puntualmente a mi cita con la depilación láser, aunque quitarme los pelos de la zona perianal sea lo más humillante que he hecho jamás.

6. Cenar sushi una vez al mes por lo menos. Que digo yo, con lo perezosa que soy para la cocina, podría hacer sashimi en casa (maki y eso ya no, que hay que andar enrollando), que total, es una rodaja de pescado crudo puesta sobre unas lechugas, ¿no? (Si hay algún iluminado entre los lectores al que le duelan los ojos de leer esta barbaridad y considere que debe instruirme en las artes culinarias orientales, que comente, por favor).

7. Coger todos los vuelos y pasar fuera de casa todas las noches que exige mi curro sin necesitar un plan b para suplir mi ausencia. Que luego contratar canguros (joder, y más si las quieres hipster, a ver cómo pongo el anuncio cuando llegue el día) sale carísimo.

8. Pintarme las uñas de los pies, que imagino que con un barrigón sencillo no es. Con los colores tan modernitos que hay, que yo cuando llega la primavera saco el mint y ya no me lo quito.

9. Montarme de paquete en la moto del parejo ahora que empieza el buen tiempo. Pelos al viento.

10. Dar largas a todo el que nos pregunta: "¿y vosotros para cuándo?". Así, practicando el escapismo.


Ya se sabe, el que no se consuela es porque no quiere...

viernes, 10 de abril de 2015

Vuelven los pantalones campana

¡Noooooooooooooo, señores, imposible! Voy en el metro y atónita me hallo frente a un anuncio de una conocida firma de moda en la que, ¡tachán!, la modelo luce orgullosa unos estupendos...¡pantalones de campana! 


No podéis hacerme esto, grandes gurús de la moda. Tiré todos mis pantalones campana y pata de elefante del instituto, convencida de que eso de que las modas siempre vuelven es una mentira cochina. Y ahora que soy hipster y se lleva lo vintage, molaría mucho poderlos rescatar y estar a la última sin gastarme ni un euro, que los tengo que reservar para la obra de El Escorial. 

Joder, me habéis estropeado el día, me toca ir y contarle al parejo que en el piso vamos a necesitar más armarios porque no voy a volver a tirar ni una prenda más en lo que me queda de existencia. A ver cómo lo apañamos a estas alturas. 

Y si esto nos espera en la primavera 2015, temblando estoy, que me temo que en otoño vuelve la pana.

martes, 7 de abril de 2015

Enajenada y a lo loco

Lo siento, lectores masculinos, no tienen ustedes nada que hacer, tengo parejo desde tiempos inmemoriales. Y el chaval está como un queso, aunque reconozco que muy hipster el tío no es, que el chándal le mola mogollón y las barbas las luce por dejadez desde antes de que se pusieran de moda. 

Lo de la estabilidad emocional es un hecho en mi historia (hombre, estabilidad a lo mejor es demasiado optimista). Lo que quiero decir es que el parejo ha estado ahí siempre. Y también ha estado ahí siempre mi deseo de ser madre hipster, lo único que me he cuidado mucho de darle rienda suelta, y he preferido enterrarlo bien adentro hasta que estuviera segura de que se cumplían unos mínimos.




Lo de enterrar deseos es muy duro. Me he prometido que en mi nueva vida hipster no lo voy a volver a hacer, voy a vivir hedonistamente. 

Total, que el año pasado, ya tenía yo por estas fechas al parejo un poco tarumba de tanto que sí que no a la maternidad, y el chico que es bastante más lanzado que yo aunque parece una mosquita muerta y las mata callando, en un arrebato de pasión desbocada (venga, vale, en un polvo rutinario de fin de semana) me dijo así al oído que pasaba de enfundar al soldadito y que nos lanzábamos a la aventura. 

No cabía en mí de alegría. Qué felicidad, cuántos planes, qué emoción. Por fin. Eso sí, los dos de acuerdo en que obsesiones y gilipolleces, las justas: que los pollitos se engendren cuando se tengan que engendrar, qué eso de contar días y volverse locos, nanai. Nosotros vamos al médico de cabecera, me tomo el ácido fólico ese que no hace mal, me compro unos test de embarazo hiperbaratos en Amazon y a esperar.

Sí, sí, a esperar los cojones treintaytres. Ha pasado un año. Se dice pronto. 

Venga, vale otra vez, que hay meses en que no hemos contado días (pero que tampoco es que haga mucha falta, que yo soy muy regular y me conozco) y que por el camino hemos pasado una crisis existencial de esas que te dejan hecho mierder (coincidiendo con la época en que nos pusieron un gintonic con un rodajón de pomelo de aúpa en la plaza del chiquipueblo, que es para traumatizarse) y decidimos parar la búsqueda unos meses. 

Seamos generosos, excluyamos todos esos ciclos, y a mí me sale que llevamos ya unos 7 meses de búsqueda, el último ya sin obsesiones ni gilipolleces apenas: midiendo la temperatura basal a diario y con test de ovulación. Porque nosotros lo valemos. 

Y aquí no pasa ni media. La indeseable sigue haciendo su aparición puntualmente, y yo ya empiezo a desesperar. En este tiempo, a muchos amigos les ha dado tiempo a embarazarse, desembarazarse desgraciadamente, volverse a embarazar, parir y hasta de mandar a los churumbeles a la universidad si te descuidas. 

Y yo ahí voy, con mi lista de nombres de niña y niño en una nota de Evernote que cada vez está más abajo en la pantalla, un arsenal de test de embarazo que a este paso caducan sin haber marcado las dos rayitas y unas ilusiones que nacen y mueren en cada puñetero mes que pasa. 

Muy harta estoy. Enajenada por el bebé, que se dice científicamente. 

domingo, 5 de abril de 2015

Magasand, unos sándwiches bien buenos

Ahora que vamos a vivir cerca del Retiro, estamos el parejo y yo encantados de redescubrir este rincón madrileño y aprovechar los rayos de sol primaverales, cual lagartijas (o lagartonas). 

El caso es que mientras nos decidimos a comprar una cesta de picnic de esas profesionales de mimbre, con sus platos, sus cubiertos, su mantel de cuadritos y su par de copas (sí, qué pasa, nosotros nos imaginamos haciendo picnic al estilo peli francesa, con nuestro vinito y todo, confiamos en que no nos detengan por botellón a estas edades), nos hemos iniciado en las artes campestre-urbanas de una forma un poco menos casera. Vamos, que hemos ido a un restaurante que prepara sándwiches para llevar y nos los hemos comido tan ricamente en el césped mirando hacia la Puerta de Alcalá (mírala, mírala).

¿Cuál es ese restaurante? Pues, señores, es Magasand. Tienen dos locales, y uno de ellos, el de la calle Columela 4, está al lado del Retiro, lo que lo hace más que conveniente para acercarse, pedir para llevar y disfrutar tumbados en la hierba.




A pesar de que no es tan idílico como aparecer en el Retiro con la cestita de mimbre cual Caperucita, tengo que decir que los sándwiches están buenísimos. Nosotros pedimos un Spicy bonito, un Manhattan y otro que no encuentro en su web, pero que juraría que se llamaba Currito, de pollo al curry. Los tres muy sabrosos. Acompañamos para beber con un zumo de piña, manzana y menta para mí y un smoothie para el parejo (que siempre lo pronuncia "esmuti" y consigue que también siempre me entre la risa cuando le oigo) y, por supuesto, postre: una tarta de queso con dulce de leche que nos pareció lo mejor. 

Precio: unos 26 euros por todo. 

Detalle: ahora entrando en su web, veo que alquilan las cestas de picnic, así que podríamos haberlo hecho con mucho más glamour, dónde va a parar. Ay, qué principiantes somos. 

Hoy, domingo, brilla el sol, y repetimos plan. Nos vamos a hacer una comida-merienda al Retiro, casera esta vez. Yo me ocupo y el menú será el siguiente (por si sirve de inspiración a alguien que ande a estas alturas sin saber qué hacer con su vida):

  • dos sándwiches con pan integral de semillas: uno de bacon frito, dátiles, tomate kumato y mostaza. El otro de atún, huevo duro, aguacate y mayonesa. 
  • dos sándwiches de pan blanco: uno de queso ahumado con nueces, rúcula y tomate kumato, el otro de queso de untar, palitos de cangrejo y eneldo. 
  • para beber, un zumo de cítricos, con naranja, mandarina, limón y pomelo.
  • de postre, unas fresas cortadas con azúcar.

¡Buen provecho y a disfrutar de la gran ciudad!

miércoles, 1 de abril de 2015

El Azul de Fúcar

Ahora vamos mucho más a menudo a la gran ciudad, a supervisar nuestras particulares obras de El Escorial del piso, y cuando estamos reventados o no son horas para molestar a los vecinos con taladros y demoliciones, aprovechamos a dar un paseo por el centro. 

El parejo y yo hemos descubierto un sitio súper hipster, con un ambiente muy selecto del tipo gente escribiendo partituras en la barra, y lo más importante, una tarta de zanahoria que te mueres de rica. 

El sitio en cuestión es El Azul. 


El Azul está en la calle Fúcar, en el Barrio de las Letras, entre las calles Atocha y Huertas, metro Antón Martín. 

Dicen que la comida está muy bien, no lo puedo corroborar. Nosotros empezamos por lo más importante, que es el postre, y la verdad es que merece la pena y no es muy caro. Creo que la ración de tarta estaba en el entorno de los 3 euros y el café lo hacen con espuma. Mmmmmm...

Además, la decoración es modernita, de la que se lleva ahora, esa que no ha llegado aún al chiquipueblo: las sillas cada una de su padre y de su madre, libros, lámparas háztelotúmismo con redecillas de coladores... Muy chulo y acogedor.



En fin, que volveremos. Para comer, para un cafetito con acompañamiento, o para una merienda o desayuno. 

Si aún no tenéis planes para estos días de fiesta y, como nosotros, no salís de viaje, El Azul de Fúcar es un buen plan de mañana o de tarde.

A ver si nos vamos ya pronto a la gran ciudad, que el chiquipueblo está de un soso...