domingo, 18 de junio de 2017

Ojalá

Yo antes me pintaba las uñas. 

Ahora ya no. Ningún color me viene bien. 

Ojalá hubieras llegado cuando las tardes eran largas y yo soñaba y me agobiaba por tonterías. Vivíamos en un pueblo pequeño, en una casa con dos plazas de garaje y una terraza grande en la que pegaba bien el sol, con orientación oeste, para ver atardecer. Salíamos a pasear al campo, alguna vez intenté correr. Íbamos a ver a los caballos y hablábamos mucho de ti. Teníamos un dormitorio con una cama, pintado de verde, y un despacho en el que las orquídeas siempre echaban flores. En el salón había una estantería llena de cuentos. 




Los primos aún eran canijos y empalagosos, me llamaban "tialauri" todo junto. No me dolía no tener raíces. Estudiaba por gusto y se me daba muy, muy bien. Pensábamos en ahorrar para permitirnos ciertas cosas cuando estuvieras aquí. Discutíamos por dónde pasar las fiestas de Navidad. Me encantaba ir a ver tiendas de juguetes de madera. Vivía con intensidad los primeros embarazos del grupo de amigos, lloraba cuando llegaba a casa y le daba la turra a parejo, pero también me hacía ilusión saber y pensaba que pronto tú también serías. 

Una tarde me puse muy triste y le escribí a parejo un email. Le dije que me perdonara, que es que quería mucho que te acurrucaras entre nosotros en el sofá. Y que me aterraba la idea de que no pudiéramos tenerte. Creía que era una de las peores noticias que podían darme, porque cuando era chiquitita a veces contaba hasta cinco y pensaba "si no me da tiempo a doblar los calcetines antes de terminar de contar, es que no voy a tener hijos". Y no siempre era tan hábil. 

Cinco meses después nos dijeron que seguramente no vendrías a menos que pasáramos por complicados tratamientos. Nos acabábamos de mudar a un barrio céntrico, ya no teníamos ni terraza ni siquiera sofá, y nunca saqué los cuentos de su caja. Me despertaba llorando casi todas las mañanas. Me miraba en el espejo y me ponía a llorar. Así un año entero. 

Ahora voy mucho al cine, si puedo, cada miércoles. Nos tocaban todos los sorteos y nos pasábamos la vida en el Lara. Salimos a menudo a tomar un vermú o a cenar japonés. Hemos puesto Netflix, vemos series antiguas y cojo películas de la biblioteca. Dejé de estudiar. Tengo un trabajo con más responsabilidad y en el que viajo más lejos, que me llena regular y me absorbe demasiado. Probé con el teatro, pero me removía por dentro y no pude. Los viernes por la tarde son para mí: voy a yoga y a última hora hago un dulce casero. Estoy volviendo a leer de noche en la cama. Hay días en los que improvisamos y salimos temprano de casa y nos dan las mil por ahí. Aún vienen algunos amigos a jugar juegos de mesa y pedimos pizza y nos reímos. 

He reconstruido una vida sin ti. Temo que no quieras venir porque pienses que no encajas. Ya ves, todo por contar demasiado rápido de niña. 

Ojalá hubieras llegado cuando aún me pintaba las uñas.