martes, 3 de abril de 2018

La elección del nombre del bebé

No es un secreto que mi hija se llama Emilia. Desde siempre pensé que si tenía una niña iba a llamarse Alicia y si era un niño, Héctor. Si Emilia hubiera tenido pichurra se habría llamado Telmo. 

Yo es que tengo una visión de futuro acojonante. 





No es que los nombres de Héctor o Alicia hayan dejado de gustarme, sino que o no me puse de acuerdo con parejo o encontramos otro que nos hacía palpitar el corazón más fuerte en este momento vital. Cierto, los gustos por los nombres van cambiando con el tiempo y después de casi cuatro años de infertilidad pues ha habido sus más y sus menos. 

No en vano, cuando aún era una jovenzuela incauta de las que como locas del coño (con perdón) pensaba que me preñaría a la de tres, llevaba en el móvil sendas listas, una con nombres de chico y otra de chica, en las que iba añadiendo aquellos que llamaban mi atención. Yo qué sé, me tomaba eso de elegir nombre como una cosa muy trascendental, un hito ahí todo intenso, como mi vida en general. A menudo parejo y yo hablábamos (y discutíamos, y discutíamos...) sobre este tema. 

Mi lista aumentó primero, disminuyó después cuando tuve que tachar alguno de los nombres porque alguien de mi entorno cercano se apropió de ellos primero (¿cuántas eran las probabilidades?), quedó en stand-by con la incertidumbre y a punto estuvo de ser borrada en los peores momentos, y finalmente no sirvió para nada. 

Como lo oyes.

Años de extensa recopilación y selección pormenorizada tirados por la borda. 

Joder, yo creía que si alguna vez finalmente llegaba el momento, parejo y yo montaríamos algo así como un cónclave súper secreto en el que pondríamos en común nuestras impresiones y del que saldría oh, oh my Lord, el nombre definitivo. Peor, los nombres definitivos, en plural, porque te recuerdo que en esta casa estamos tan mal de la azotea que no sabíamos el sexo del pollito. Pues no. Todo fue mucho más natural e imprevisto: el día después de la transfer parejo apareció con un libro gordote de nombres (pa haberlo matao, menos mal que la beta fue positiva contra todo pronóstico), lo revisamos por separado (hecho este que no valió para nada puesto que el único nombre en el que coincidimos fue Blas), y luego ya en verano, aprovechando las tardes de asueto parapetada en una de esas malditas tiendas Quechua que se despliegan en 2 segundos y nunca acaban de plegarse bien, me revisé las listas que llevaba en el móvil, las pasé a papel y taché los nombres que me gustaban menos dentro de los que me gustaban.

Ahí descubrí que, efectivamente, para niña me gustan los nombres de señora y para niño los de santo. Misterio misterioso. 

Aún albergaba la esperanza de que parejo hiciera lo mismo y el ansiado cónclave tuviera lugar. 

Meeeec.

La elección tuvo lugar un día cualquiera, creo que mientras comíamos. 

- "Oye, parejo, que yo tengo que ir cerrando ya este asunto, que me está dando vueltas locamente en la cabeza y me lo tengo que quitar de encima".

- Ah, pues a mí me gustan Telmo y Emilia. 

- Ah, pues a mí también. 

Ah, pues ele, ya está. Cientos de horas mirando el aplicativo de nombres del INE a la basura. 


¿Cuáles eran mis premisas para el nombre de pollito?


  • Que no fuera un nombre largo ni fácil de abreviar: la primera en la frente, no se cumple. 
  • Que no fuera un nombre de tradición familiar: que la hay por rama paterna. Y la habríamos roto o romperemos si alguna vez en un universo paralelo repetimos paternidad y fuera un niño.
  • Que no se hubiera puesto recientemente en nuestro entorno cercano.
  • Que no fuera un nombre muy puesto: a lo mejor es que yo tengo trauma infantil.
  • Que no sea un nombre de moda: es curioso que algunos nombres no se han oído nunca y de repente, son trending topic de una generación. Y si no, ¿dónde están las Mónicas o las Sandras a día de hoy? No quedan, se gastaron los nombres entre los 30-40 años.
  • Que fuera un nombre "de toda la vida".
  • Que fuera un nombre en castellano.
  • Que no hubiera que deletrearlo.
  • Que nos gustara la sonoridad.
  • Que no nos recordara a nadie que nos cayera mal.


Cosas que no me importaron lo más mínimo


  • Las opiniones ajenas, porque de esto siempre va a haber de todo (te lo cuento luego más abajo). 
  • Las rimas posibles: desde que una Irene me dijo que hacían bromas con su nombre, ya flipé bastante.


¿Por qué Emilia?

Era un nombre que estaba entre nuestros favoritos de mujer de unos años a esta parte. Cumplía la mayoría de nuestros requisitos (no, no tenemos tradición con el nombre en la familia, muchas personas nos han preguntado sorprendidos por nuestra elección). Nos encanta la sonoridad, nos parece dulce y fuerte a la vez. Y, curiosamente, porque se nos han ido apareciendo Emilias en algunos momentos clave de nuestra vida reciente. Porque además tiene cierta tradición en el barrio donde vivimos. 

Así resumiendo, porque nos parece un nombre precioso que se ha dejado de poner en España (no en el mundo anglosajón o en Francia; tampoco en algunos países del Este, donde además es Emilia también).

Reacciones al nombre

Te comenté que no tuvimos en cuenta las opiniones externas. Por supuesto, no incluimos a nadie ajeno a nosotros dos en el debate. Debemos haber tenido un embarazo muy atípico, porque no nos preguntaron mucho por el tema, y de hecho, mi suegra, por ejemplo, supo los nombres elegidos apenas 15 días antes del nacimiento.

Claro, que en aquel momento, tampoco sospechábamos que el pollito nacería en 15 días.

A lo que iba, cuando dijimos a la familia que preguntó que sería Telmo o Emilia (o Emilia cuando ya nació la peque), pues hubo reacciones desde el silencio incómodo, a sorpresa, a intentos de que cambiáramos nuestra idea o comentarios directos de que el nombre era feo. Ya digo que me resbala mucho: para gustos se hicieron los colores y soy consciente de que es más fácil que gusten nombres más comunes, aunque solo sea por la familiaridad de oírlos a menudo. A mí misma Telmo y Emilia me parecen nombres de "digestión lenta", que digo yo.

En el resto de amigos, conocidos, familiares lejanos, pues hay de todo, como en botica. Mucha sorpresa también por la elección y algunas reacciones inesperadas (para bien) de personas que sienten un especial cariño por el nombre, en general, porque tienen alguna familiar que lo lleva y les trae buenos recuerdos.  


Al final, Emilia no podía ser de otra forma. Es ella. Dulce y fuerte. Nuestra niña. Con nombre de señora, ¿y qué?

Parejo ya me ha advertido de que si hubiera ese universo paralelo y alguna vez, ever, tuviéramos un bebé con pichurra, no dé Telmo por hecho. Que conste que a mí me gustaba más Román.


¿Y a ti? ¿Te costó elegir nombre de tu bebé? ¿Tienes traumas con el tuyo propio? ¿Hiciste caso a las presiones del entorno o como yo, estás ya de vuelta de todo?